A través de mi ventana
- T V
- 12 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 abr 2020
El confinamiento social al cual he sido sometido por el covid-19 me ha llevado a encontrar en las redes sociales algunas críticas. Estamos siendo manipulados por las aplicaciones móviles, porque estas tienen una infinidad de información personal que nos absorbe la atención. Parecería que los likes y seguidores fueran la nueva moneda de la adaptación social, donde el pantano narcisista prevalece y curiosamente no queremos salir. Me doy cuenta que hoy en día todos queremos ser protagonistas. Algunos prefieren exponerse en sus redes sociales creyendo ser unos profesionales en todo lo que arrojan las tendencias, cuando quizás solo intentan sofocar su bajo autoestima. Aquellos que se autoproclaman influencers terminan siendo despreciables más que nunca en estos tiempos de pandemia, intentan ser un juglar moderno pero resultan ser una marioneta que no acepta su realidad anímica. Las redes sociales nos mantienen ensimismados y enfocados en el consumo pasivo. Pero no tiene que por qué ser así. Podemos recuperar el control de la vida para aprovechar los beneficios de la tecnología sin quedar atrapados en ella. Podríamos usarla para vivir experiencias compartidas, en vez de quedarnos cada uno apartado en una pantalla individual. El reto es apostar por una tecnología al servicio de la vida que queremos vivir, no de la vida que otros necesitan que vivamos, y con eso me refiero a la manipulación que maneja Facebook, Netflix y demás aplicaciones de calibre mundial. El principal enemigo de estos es el sueño ya que si duermes ellos no pueden cautivarte.
A través de mi ventana veo la situación de la explotación laboral que viven los repartidores de comida con las nuevas aplicaciones digitales que normalmente los dejan solitarios bajo la lluvia con un chat lento e inútil para ganar 1,50$ por pedido a domicilio. Van a toda velocidad esperando hacer más pedidos para sobrevivir a la crisis económica actual. También leo las noticias que muchos migrantes venezolanos que se ha refugiado en varios países del mundo, hoy algunos prefieren volver a su país, porque según ellos lo mejor es estar en casa con los suyos. Un día mientras iba a hacer compras de alimentos para mi familia pasé cerca del Colegio Sagrados Corazones y me sorprendí al observar que había cinco personas viviendo bajo el puente con unos colchones y cobijas, expuestos a la creciente del río Tomebamba, a la lluvia, el frío y el hambre. Ellos aún están allí, olvidados por aquellos que se benefician de las bondades de la tecnología, y me incluyo porque no sé qué hacer ante este precario escenario, siento impotencia que no logro describir.
Hoy puedo evidenciar el desempleo, la desesperación de no saber cómo lidiar con el hambre, y las imágenes de muerte y desesperanza en Guayaquil que se quedarán en mis retinas por mucho tiempo. Escucho por la radio que un locutor se refiere que lo más duro no es solo el dolor de perder a un ser querido por la enfermedad y sin poder honrarlo en un funeral, que lo más duro es la incertidumbre y el miedo a la destrucción, a que la vida no vuelva a ser la misma luego que esta pandemia desaparezca. Cuando aquellas personas hablan del deseo de “regresar a la normalidad”, espero que no se refieran a volver a una sociedad en donde reine la inequidad, la injusticia y la indiferencia. Quizás la única ventaja en estos momentos es que el dolor es comunitario, dándonos algo en común que compartir. Me parece lamentable ver que esta semana santa un sacerdote lancé sus bendiciones desde un helicóptero, sin intentar usar las iglesias como refugios o aplicar algún tipo de donación para los más necesitados. Algunos afirman que esto es cuestión de resiliencia, pero creo que esto va más allá. Una prueba humana, que nunca fue tomada en cuenta pese a que ambientalmente y socialmente ya estábamos en emergencia. La tecnología parece ser una luz de esperanza que nos conecta con muchas personas, pero también parecería ser una ilusión para distraer la realidad que vivimos. Tuvimos que ser aislados para estar a prueba, ¿y qué pasará con aquellos que no logren aprobar la misma? Creo que no estarán listos para vivir “la nueva era” y sufrirán las consecuencias. Por las tardes a través de mi ventana lo más lindo es admirar cuando el cielo se pinta de colores y respirar el aire puro que ya no es contaminado por los combustibles fósiles, brindándonos un espectáculo natural para aquellos que no preferimos clavarnos una tarde en una serie de Netflix. En esta cuarentena me sobran palabras para escribir, considero necesario convertir al tiempo en un aliado para no caer en una agobiante rutina.

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